Hetalia: La caida del Muro

-¡Gilbert, CUIDADO!!!!
Poco importaba lo mucho que se hubieran peleado desde pequeños. Cuando Ludwig lo vio caer, desangrándose por el impacto de aquellas balas, sintió como si su propio corazón se parase.
-¡¡Veneciano, cúbrete las espaldas!! ¡¡Kiku, prepárate, Alfred va a por ti!
De poco sirvieron sus órdenes. A su querido italiano le aguardaba un destino aciago, mientras el joven nipón era acorralado entre las bombas.
-¡Aléjate, Oeste!-le gritó su hermano-¡Los Aliados van a cogerte!
La resistencia del alemán más joven empezaba a flaquear, pero lucharía hasta el final. Nada ni nadie lo separaría de su hermano.

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Gilbert respiraba con dificultad. Tras el final de la guerra había resultado gravemente herido, y sólo unos rudimentarios primeros auxilios lo mantenían con vida.
-¡No puedo dejar que mueras! ¡No es justo!-Ludwig estaba al borde del llanto, y aunque había logrado contenerse hasta ahora, no sabía cuánto más podría soportar.
El viejo país prusiano agonizaba, pero no quería ver a su hermano llorar. Era demasiado para él.
-No importa, hermanito... *cough, cough* Sé que tu me recordarás... conoces todos mis secretos, tenemos una misma sangre... un mismo corazón...
-¡No digas eso, te pondrás bien!-Ludwig intentó abrazarlo, pero eso sólo empeoró la situación.
Gilbert tosía sangre...
-¡Lo siento! ¡Lo siento muchísimo!
El moribundo Este lo abrazó con sus últimas fuerzas. No quería decir adiós, pero... su momento había llegado.
-Hermano, dame muerte. Quítame estas cadenas que me atan a la vida. Por favor...
En una mirada se concentraba todo una vida. Gilbert intentó mostrar su sonrisa de siempre, hasta el final.
-Vamos, Ludwig. Es lo mejor. Tú cuidarás a mi pueblo, ya eres un hombre.
-Pe-pero...
-Por favor... hermano...
Era su última voluntad, y no podía negársela.
-Sí...
Con un rápido movimiento, Ludwig levantó el tapón que cubría la herida de su hermano mayor. Cerró los ojos para no ver cómo la herida se abría en Berlín.
Con su último aliento, Gilbert dejó algo de su sangre en los labios de Ludwig, rozándolos con sus dedos.

"Recuérdalo, somos hermanos. Un mismo cuerpo, una misma alma, la misma sangre... el mismo corazón".