-Los hilos del destino-

Érase una vez, una niña que vivía en una estrella. 
Desde su hogar, ella veía el mundo. Se deleitaba en su contemplación, analizando cada misterio hasta lo más intrínseco de su ser, maravillándose de la belleza de los contrastes, lo feo y lo hermoso, el blanco y el negro, lo bueno y lo malo.
Y veía a las personas. Gente buena y mala a la vez, llena de amor y odio, de mentiras y verdades. 
Pero ella sabía que el mundo estaba lejos de ella. O tal vez, era ella la que estaba muy lejos del mundo.

En el cielo, el paisaje cambiaba constantemente, según su estado de ánimo. A veces llovía de su tristeza. Otras, el sol resplandecía de su felicidad.  Pero, buena parte del tiempo, el cielo era de un azul claro y limpio, más brillante que un zafiro. Aunque su momento favorito era el final del atardecer, cuando el rastro sangrante del astro rey se diluía en un azur oscuro casi negro. Esto era porque era entonces cuando ella veía las estrellas, otras estrellas, miles y miles de ellas, hermanas de la suya propia. 

La niña se preguntaba si habría otros niños como ella viviendo en las estrellas. Para satisfacer su curiosidad, la pequeña fabricó un diminuto avión de papel hecho con sentimientos, y ató en su extremo un hilo rojo tejido con fibras de amor, para no perderlo en la inmensidad. Hecho esto, anotó una sola palabra en el avión de papel, y lo lanzó al espacio infinito. 

"HOLA."

El hilo se extendió a través del universo. Siguiendo la trayectoria de su frágil transporte, pasó junto a galaxias y cometas, planetas y cúmulos llenos de luz durante años. Así fue, hasta que el avioncito llegó a una estrella muy brillante.

Tiempo después, ¡cuál no sería la sorpresa de la niña al ver su avión de papel de regreso! En la parte superior del mismo, unas sencillas palabras venían escritas.

"HOLA. ¿CÓMO ESTÁS?"

¡Había establecido contacto! Aquello llenó su corazón de felicidad. Temblorosa, escribió una pequeña carta a su enigmático destinatario, contándole quién era, las cosas que le gustaban (como leer, dibujar, cantar...) y las que no, y algunas cosas maravillosas que había visto en el mundo de los humanos. Hecho esto, dobló la carta, convirtiéndola en un nuevo avión, y le ató el hilo rojo, para asegurarse de recibir una respuesta.

La réplica no se hizo esperar. Su nuevo amigo compartía con ella muchos de sus gustos, aunque en otros era totalmente opuesto... y aunque era afable y tierno, siempre tenía un aura de misterio en torno a su persona. 

Como su curiosidad no la dejaba en paz, ella decidió compartir con él sus más íntimos secretos, con la esperanza de encontrar algo que los acercase un poco más. A medida que la cartas se sucedían, ella sentía que su corazón necesitaba cada vez más su presencia cerca de ella. Era algo que le sorprendía y le asustaba a la vez. Nunca antes había necesitado a nadie, era una chica fuerte e independiente... pero ahora, ahora empezaba a conocer la soledad, y le daba miedo.

Fue entonces cuando tuvo una gran idea. Acordó con su amigo que le enviaría regalos secretos, y él haría lo mismo. Serían cosas pequeñas, como dulces hechos con alegría bañada en ternura, trocitos de estrella espolvoreados con polvo de noche, o canciones hechas de música y melancolía. Cualquier detalle serviría. Y para enviarlo, les bastaría con colgarlo  de los hilos rojos que unían sus hogares.

Al comprobar que su idea era un éxito, la niña se sintió muy feliz. Ella le enviaba sonrisas, dulzura y cariño bajo muchas formas diferentes. Él le enviaba canciones, risas y un sentimiento de verdadera adoración. 

Era el amor más puro del universo, y aún así, no eran conscientes de su existencia.
La distancia los separaba. Pero, ¿por cuánto tiempo?
Ella no lo sabía. Él tampoco.

Aún así, si levantaban la vista, ambos sabían que las finos hilos del destino les mantenían unidos. Esas hilos eran los lazos rojos, que seguían temblando, al ritmo del viento, en el cielo.